No importa la
edad. El enamoramiento es parte de la vida humana. Es cierto que de más adultos
las relaciones se tornan más “maduras”, al final, siempre generará inquietud,
emoción, miedo, decepción y descalabros. No hay relaciones fáciles.
Una vez
establecido el “lazo” emocional y equilibrada la compatibilidad, viene la etapa
más interesante y revuelve panzas; el sexo. La primera, segunda y tercera noche
ninguno dice que quiere intercambiar fluidos, pero ambos lo desean. Conocer ya
no sólo el alma desnuda de nuestro objeto de deseo. También conocer su cuerpo.
Ya pasamos a
terrenos peligrosos, donde lo más mínimo tiene la máxima importancia. El sexo
es un campo minado. Un paso en falso y estás hecho cachitos. Los hombres
comprenden perfectamente esta metáfora, culturalmente son ellos quienes proveen
el placer sexual a la mujer, para ello deben estar bien dotados físicamente y
ser unos “tigres” en la cama capaces de llevar a su pareja a un cielo
desconocido, en particular, si su mujer tiene con qué comparar.
Muchos hombres,
para demostrar (se) que son buenos amantes, optan por alternativas médicas que
les permitan una mejor erección. Ya que pensamos que la impotencia, palabra
agresiva que denota inutilidad, anula al hombre y el mismo hombre se siente
rebajado y busca cientos de explicaciones para ocultar su “deshonra”.
Son varias las
razones para padecer impotencia; cansancio, estrés, depresión, pero hay una que
nadie considera, salvo Alain de Botton, filósofo moderno que se cuestiona en su
libro, Cómo pensar más en sexo, qué
es la impotencia. Para él es una falta de deseo, pero ¡aguas! Una falta de
deseo motivada por el respeto. ¡Así es lectores! por el res-pe-to.
La terrible palabra
que empieza con I es originada por miedo a causar displacer. Nerviosismo
acumulado de tal manera que lejos de constituir un problema, es una cualidad
que debería tenerse en cuenta y valorarse como una muestra evolucionada de
ternura. A nadie le gusta desagradar y menos a quien se quiere, pero la cultura
no le permitirá al hombre expresar abiertamente sus sentimientos así que lo
manifestará de forma física.
EL autor nos
sugiere cambiar el paradigma; dejar de ver a la impotencia como una carencia, sino
como una muestra de cariño que intimida de una forma positiva. No hay mejor
halago que un hombre nervioso por querer complacer al máximo a su pareja.
Todos los hombres de vez en vez deberían
fingir dosis de impotencia para demostrar muestras profundas de amor, respeto y
admiración hacia su compañera. De seguro se evitarían muchas visitas a los
terapeutas de pareja o charlas interminables que amenazan con separación.
nota: Las presentes imágenes se obtuvieron de la red. Si el autor de algunas de éstas fotografías está en desacuerdo con el uso que provee en el blog, favor de anunciar su petición para ser removidas de inmediato. Enviar solicitud a melissa.limon@interpress.mx
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