miércoles, 5 de junio de 2013

Mesa para uno


Por Violeta Ese
Comer solo tiene sus ventajas y desventajas. Ventajas; siempre pasas primero que los que esperan en grupo e incluso en pareja. Desventajas; mientras sigues al host te enfrentas al juicio silencioso de los que aún no han sido asignados. Quienes vienen en grupo te miran con resentimiento y los que vienen en pareja, con cierta compasión.
Una vez instalada en la mesa, lo que sigue es reconocer qué hay a tu alrededor y buscas, aunque no quieras, otro igual a ti que esté comiendo en soledad, lo más cercano es el chico que espera a la chica, esto lo sabes porque sólo ha pedido un café y revisa constantemente su celular. Además, su cara de pánico escénico lo delata. Se siente observado aunque nadie lo mire.
Llega la mesera quien te pregunta si te deja una carta, al contestar sí, de forma agresiva quita la manteleta y los cubiertos de enfrente. Lees el menú y haces la orden mientras amablemente dices no al paquete de comida que te incluye refresco y café “gratis”. Durante la espera y al no tener interlocutor, tienes dos opciones; una, ver a la gente que come acompañada o bien, seguir con tu lectura en caso de que seas lector asiduo, de lo contrario, el celular siempre funciona.
Todo va bien, has vencido a los que esperan en la recepción del restaurante, descubriste que no hay otro solitario y que de vez en vez, esas mesas con cuatro o más personas te miran mientras cucharean su sopa. Quizá se preguntan si esperas a otro ser humano, algunos descubren que no porque te vas primero que ellos, otros, se quedan con la duda.  
Eres un guerrero y así te sientes, por lo que es momento de disfrutar en tranquilidad tus alimentos, pero, en mis más de diez años de experiencia como comensal solitario, recientemente me pasó algo que, a quienes se los he contado, fue un buen acto, pero para mí y de seguro para quienes han vivido mi condición de comer solo con regularidad, les parecerá de mal gusto.
Mientras esperaba mi platillo y bebía mi tradicional naranjada mineral, la mesera, que al principio fue agresiva en su lenguaje corporal, me trae, acompañada de una sonrisa casi blanca, una malteada de fresa espumosa y fría. Ante mi asombro le contesto que yo no pedí dicha bebida, y ella, con un brillo especial en los ojos me responde, “cortesía de la casa, nena. Para que no te sientas solita”.
En ese momento ella mató mi adultez, mi independencia y mi fortaleza para exponerme sola a un mundo de hambrientos que gozan comer en compañía. Todo se perdió, guardé mi libro y bebí de la malteada mientras ella se queda frente a mí, como una madre que le ha concedido el mejor regalo a su pequeño hijo enfermo.
A partir de ahora, mi comida, ese momento íntimo que tengo conmigo misma, se ve perturbada por su constante presencia que pregunta sí todo está bien. ¿Cómo explicarle que no necesitaba, ni remotamente, de su caridad?
Lo que es un hecho, es que tendré que dejar más propina por atenciones no solicitadas y buscar otro restaurante, si regreso, la relación mesero comensal será incómoda, ella no sabrá cómo decirme que no puede obsequiarme otra malteada y yo no sabré cómo decirle que no me interesa.

nota: Las presentes imágenes se obtuvieron de la red. Si el autor de algunas de éstas fotografías está en desacuerdo con el uso que provee en el blog, favor de anunciar su petición para ser removidas de inmediato. Enviar solicitud a melissa.limon@interpress.mx

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