Por Violeta Ese
Comer solo tiene sus ventajas y
desventajas. Ventajas; siempre pasas primero que los que esperan en grupo e
incluso en pareja. Desventajas; mientras sigues al host te enfrentas al juicio silencioso de los que aún no han sido
asignados. Quienes vienen en grupo te miran con resentimiento y los que vienen
en pareja, con cierta compasión.
Una vez instalada en la mesa, lo
que sigue es reconocer qué hay a tu alrededor y buscas, aunque no quieras,
otro igual a ti que esté comiendo en soledad, lo más cercano es el chico que
espera a la chica, esto lo sabes porque sólo ha pedido un café y revisa
constantemente su celular. Además, su cara de pánico escénico lo delata. Se
siente observado aunque nadie lo mire.
Llega la mesera quien te pregunta
si te deja una carta, al contestar sí, de forma agresiva quita la manteleta y
los cubiertos de enfrente. Lees el menú y haces la orden mientras amablemente
dices no al paquete de comida que te incluye refresco y café “gratis”. Durante
la espera y al no tener interlocutor, tienes dos opciones; una, ver a la gente
que come acompañada o bien, seguir con tu lectura en caso de que seas lector
asiduo, de lo contrario, el celular siempre funciona.
Todo va bien, has vencido a los
que esperan en la recepción del restaurante, descubriste que no hay otro
solitario y que de vez en vez, esas mesas con cuatro o más personas te miran
mientras cucharean su sopa. Quizá se preguntan si esperas a otro ser humano,
algunos descubren que no porque te vas primero que ellos, otros, se quedan con
la duda.
Eres un guerrero y así te
sientes, por lo que es momento de disfrutar en tranquilidad tus alimentos,
pero, en mis más de diez años de experiencia como comensal solitario,
recientemente me pasó algo que, a quienes se los he contado, fue un buen acto,
pero para mí y de seguro para quienes han vivido mi condición de comer solo
con regularidad, les parecerá de mal gusto.
Mientras esperaba mi platillo y
bebía mi tradicional naranjada mineral, la mesera, que al principio fue
agresiva en su lenguaje corporal, me trae, acompañada de una sonrisa casi
blanca, una malteada de fresa espumosa y fría. Ante mi asombro le contesto que
yo no pedí dicha bebida, y ella, con un brillo especial en los ojos me
responde, “cortesía de la casa, nena. Para que no te sientas solita”.
En ese momento ella mató mi
adultez, mi independencia y mi fortaleza para exponerme sola a un mundo de
hambrientos que gozan comer en compañía. Todo se perdió, guardé mi libro y bebí
de la malteada mientras ella se queda frente a mí, como una madre que le ha
concedido el mejor regalo a su pequeño hijo enfermo.
A partir de ahora, mi comida, ese
momento íntimo que tengo conmigo misma, se ve perturbada por su constante
presencia que pregunta sí todo está bien. ¿Cómo explicarle que no necesitaba, ni
remotamente, de su caridad?
Lo que es un hecho, es que tendré
que dejar más propina por atenciones no solicitadas y buscar otro restaurante,
si regreso, la relación mesero comensal será incómoda, ella no sabrá cómo
decirme que no puede obsequiarme otra malteada y yo no sabré cómo decirle que
no me interesa.
nota: Las presentes imágenes se obtuvieron de
la red. Si el autor de algunas de éstas fotografías está en desacuerdo con el
uso que provee en el blog, favor de anunciar su petición para ser removidas de
inmediato. Enviar solicitud a melissa.limon@interpress.mx
¡No te indignes tan rápido! Yo sí regresaba :)
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