Por Acuaria Fischer
“¿De qué juguetería te escapaste, muñeca?”; “Con esa torta, ni frijoles pido”; “Mira no más, tanta carne y yo chimuelo” y muchas expresiones más,
son los “piropos” que reciben las mujeres en su día a día camino a la escuela, trabajo
o cualquier otra actividad que tengan que realizar fuera de casa.
El piropo es visto como parte de la
picardía mexicana y aceptado socialmente como patrimonio cultural. En trasfondo,
es una agresión verbal con insinuaciones sexuales no solicitadas u opiniones no
pedidas sobre el cuerpo femenino. Si bien son sólo palabras de paso, es el
primer acercamiento pasivo vinculado con la violencia sexual.
El acoso sexual laboral es un
problema social que crece día a día. Es definido como cualquier tipo de
acercamiento o presión de naturaleza sexual tanto física como verbal, no
deseada por quien la sufre, que surge de la relación de empleo y da por
resultado un ambiente de trabajo hostil, un impedimento para hacer las tareas o
un condicionamiento de las oportunidades.
Si bien México se caracteriza por
ser un país pícaro, también es cierto que el machismo es quien promueve esta
conducta al acosador, que se ve a sí mismo como un “productor dominante” y
considera a la mujer una “reproductora sumisa”, dice la escritora María José
Lubertino, quien además agrega que el acosador cree que tiene el poder sobre
los espacios donde la mujer se desenvuelve, lo que le da la “autoridad” de
violar su libertad, autonomía, integridad y la seguridad de su cuerpo sexual.
Los acosadores sexuales laborales
suelen ser varones mayores de 40 años, casados, con hijos y con una vida sexual
poco satisfactoria, tienen necesidades de autoafirmación y control y casi
siempre poseen un cargo superior al de su víctima, por su cargo laboral es más
común que el acoso se presente de forma vertical, ya que su poder le permite
tomar ventaja hacia sus subordinados.
El acoso incurre desde hostigamiento
leve y verbal, chistes, comentarios y conversaciones de tipo sexual, piropos
que van subiendo de tono, miradas lascivas, gestos obscenos, hasta llegar a
grados como irrumpir en la intimidad de la atacada con llamadas, cartas, mails,
presiones para salir sin ninguna relación laboral, toqueteos con intenciones
eróticas hasta forzar a la víctima a tener relaciones sexuales.
Los grupos más vulnerables de sufrir
acoso son aquéllos cuyo ambiente de trabajo es desprotegido y pertenecen a
profesiones con costumbres y horarios atípicos como trabajadoras domésticas,
meseras, azafatas, periodistas y actrices. Sin embargo, es bastante común
escuchar en las charlas entre amigas historias de jefes raboverde en profesiones administrativas, de diseño, de relaciones públicas
y mucho más.
Para denunciar el acoso sexual en el
trabajo, las opciones son presentar una demanda ante la Junta de Conciliación y
Arbitraje, también se puede presentar una denuncia de hechos al Ministerio
Público o realizar una demanda civil por daño moral. Aquí lo interesante es
atreverse. Por cultura el acoso no es visto como un delito, sino como una cruz
que se debe pagar por haber nacido mujer y “provocar” al hombre por tan sólo
usar perfume.
Suficiente tienen las féminas con
esquivar piropos y miradas obscenas en la calle, donde el que piropea se siente
animoso porque sabe que la víctima no se va a defender dado que se encuentra en
una situación expuesta ante otros observadores, y si lo hace, pagará caro el
descaro de enfrentarse, pues como muchas lo han experimentado, el tipo
contestará con una ofensa aún peor al piropo original. ¡Ni que estuvieras tan
buena!
Nota: Las presentes imágenes se obtuvieron de la red. Si el autor de algunas de éstas fotografías está en desacuerdo con el uso que provee en el blog, favor de anunciar su petición para ser removidas de inmediato. Enviar solicitud a melissa.limon@interpress.com.mx
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