Por: Violeta Ese
El diccionario de la Real Academia Española
define al amor como el sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos
atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra
y da energía para convivir, comunicarnos y crear. Para
todos aquellos enamorados, esta definición por seguro se queda corta en
comparación con el sentimiento que los desborda.
La realidad es que, definitivamente, no hay palabra
acertada para poder definir dicho sentimiento, por lo que acudimos al popular refrán
“una acción vale más que mil palabras”. Mostrar amor a la otra persona no sólo
es decirle “te amo” cada mañana, sino demostrarlo con una serie de acciones que
ayuden a mantener la flama encendida.
No hay cumpleaños o aniversario que desmerite
la satisfacción de celebrar con la pareja el 14 de febrero, el Día de San
Valentín, fecha en la que la gente se congrega para gritar al mundo que aman y
que son amados, en la que cualquier cursilería (seas hombre o mujer) es
admitida sin prejuicio y en la que todo parece infinito, aunque la realidad sea
diferente.
Sin embargo, más allá de llevar a cenar a la
novia del momento, el 14 de febrero tiene en su trasfondo mágico un evento
trágico que, con el paso del tiempo, su aniversario se convirtió en el día en
que festejamos (principalmente en los países de fe cristiana) el amor y
romanticismo.
Aunque ampliamente discutido, la tradición
oral cuenta que San Valentín existió en la época de la antigua Roma durante
el reinado de Marcus Aurelius Valerius Claudius Augustus, mejor conocido como
Claudio II Gótico. Debido a la experiencia adquirida durante su reconocida
carrera militar, Claudio II Gótico decidió prohibir el matrimonio a los jóvenes
soldados con el objetivo de que se enfocaran en su servicio sin distraerse de
los menesteres que generalmente conlleva tener una familia.
Valentín fue un sacerdote que decidió casar
en secreto a aquellos jóvenes enamorados a pesar del decreto de Claudio II
Gótico. Cuando el Emperador se enteró de las actividades “ilícitas” que
realizaba el sacerdote Valentín, inmediatamente mandó a encarcelarle hasta que
murió ejecutado el 14 de febrero de 270 d.C.
Otras versiones agregan a esta leyenda que el
sacerdote Valentín, durante su encarcelamiento, se enamoró perdidamente de la
hija de uno de sus carceleros y solía
enviarle cartas de amor firmando “de tu Valentín”. Aparentemente, de ahí surge
la tradición de enviar cartas de amor cada 14 de febrero.
Los datos más antiguos sobre la existencia de
San Valentín datan de finales del siglo V, cuando el papa Gelasio I nombra a
San Valentín el patrono de los enamorados con fecha de celebración el 14 de
febrero. Sin embargo, el Vaticano dejó de celebrar esta festividad en 1969
debido a la dudosa existencia del rock
star de santos y mártires de la fe católica, San Valentín.
Y como cada una de las festividades que
tenemos marcadas en nuestro calendario, ya era de esperarse que surgiera la
idea de que el Día del Amor y la Amistad tuviera como origen algún ritual
pagano de alguna parte del mundo.
Evandro, el rey de los arcadios e hijo de
Mercurio y Carmenta, instauró las fiestas lupercales el 15 de febrero en
conmemoración a Fauno Luperco, semidiós de los rebaños y quien se convirtió en
loba para alimentar a Rómulo y Remo en la gruta de Luperca.
Se creía que, durante estas fiestas, las mujeres
se volvían más fértiles, lo cual era asociado al color morado. Años más tarde,
las prostitutas utilizarían este color para identificarse, e incluso se cree
que Elena de Troya usó un vestido púrpura para ofender a Menelao. En tiempos
más actuales, el morado representa el feminismo.
Como era de esperarse, la Iglesia censuró las
fiestas lupercales y en su lugar colocó la celebración del Día de de San
Valentín, el santo que nunca existió como ser mortal cuya leyenda fue creada a
partir de tres mártires llamados Valentín.
Real o fantasía, solos o acompañados, el amor
siempre representará un motivo de celebración que rompe las barreras de las 24
horas: el 14 de febrero.
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