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Los amantes (1928). René Magritte |
Por: Violeta Ese
Todos, absolutamente todos,
tendremos, en algún momento de nuestras vidas, la oportunidad de darle gusto al
cuerpo dejando a un lado el compromiso que tal acto conlleva, según lo indican las
convenciones sociales. Sin embargo, aunque parezca más fácil que preparar
enchiladas, disfrutar de nuestra sexualidad por medio de una relación esporádica
implica mucho más que poner en comunión lo que tenemos entre las piernas.
Para este tipo de menesteres,
es necesario tener madurez, amor propio, seguridad y, lo más importante,
conocer las reglas del juego. Siempre tengamos en mente que “tener sexo es vaciar el cuerpo, hacer el
amor es llenar el alma” y muchas veces lo que se necesita es aplicar fuerza
centrífuga al cuerpo.
La biblioteca, el bar, la
fiesta y hasta el funeral son fuentes de acompañantes ocasionales. Sin embargo,
pueden ser armas de doble filo, ya que después de un buen rato sin actividad
carnal, vemos candidatos por todos lados, e incluso aquella eterna amiga que
tenías más que estancada en la friend zone
se vuelve apetitosa. Para las casualidades, la cuestión no es aplicar el “con
que tenga brocha para pintar” o “con que tenga hoyo aunque sea de pollo”, a
menos de que el objetivo sea bajar una dolorosa calentura que llevas acumulada
desde hace mucho tiempo.
El eje central del sexo
ocasional es probar las mieles que te ofrecen diferentes panales. ¿Acaso no les
ha sucedido que ven a una persona e inmediatamente les hierve la sangre? Esa,
justo esa persona es la idónea para un encuentro casual, no la primera que se
deje manosear; hasta en esto hay que ser selectivos y definitivamente nos debe
de gustar lo que vemos ya que el objetivo es el placer y el deleite.
Un vez localizada la presa,
el paso que sigue es lanzar la propuesta indecorosa, la cual se aborda según
como veamos a golpe de ojo la personalidad de la otra parte. El éxito de esta
“bomba nuclear” depende de la pericia de quien la propone y, en este caso, no hay
mejor consejo que “la práctica hace al maestro” y matar el miedo al “no”.
Una vez en la habitación,
las reglas son simples: cuídate, no te
enrolles, no te comprometas, diviértete. Una de las ventajas del sexo
casual es la posibilidad de desinhibirte y pedir lo que quieras –aunque no
siempre lo recibas- sin tener que verle la cara a la otra persona al siguiente
día; es decir, si nunca te atreviste a pedirle a tu novio “la lluvia dorada”, ahora
que estás soltera y deseosa seguro se te quitará la pena para pedírselo a Pepe,
a quien conociste en el funeral del amigo del primo del cuñado de la madrina de
la compañera de trabajo de tu hermana. Por otro lado, si el prospecto no supo
“menear el asunto” o “se quedó tiesa cual tabla”, simplemente no lo vuelves a
ver y ya.
Aunque el deseo a veces es
más fuerte que la razón, hay que tomar en cuenta que siempre es mejor escabullirse
en un punto intermedio; que el condón se quita hasta que el “muchacho” ya no
pueda más; que primero eres tú, después tú, al final tú y si queda espacio,
sigues tú; y lo más importante, que no habrá llamadas telefónicas al día
siguiente ni solicitudes de Facebook, es más, ni intercambio de números
celulares, BBPINs, iMessage o derivados. Dicen que el amor lo puede todo y, en
efecto, puede matar la sana diversión de una noche de soltería.
Pasada la noche de éxtasis,
sólo el tiempo dirá lo que pasará con esos dos cuerpos que decidieron
converger. Lo ideal es que el cuento termine como dos personas maduras que se
dejaron llevar por el instinto y el deseo carnal: puede que les guste y no se
repita, puede que les encante y no se repita: eso es tener sexo casual.
Nota: Las presentes imágenes se obtuvieron
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